lunes, 14 de diciembre de 2009

El Cuarto. Parménides García Saldaña

De Parménides García Saldaña

Para algunos, Parménides García Saldaña le había entrado duro a las drogas; para otros, sólo era un psiconauta y otros más lo consideraban una máquina con los tornillos flojos, además de que estaba todo el tiempo alcoholizándose o fumando mota y esnifándose hasta los desinfectantes. Un personaje de singularidades extravagantes que, a veces, sustituía la cannabis por la coca, para que el olor de la mariguana no incomodara a la gente del vecindario.

Parménides García Saldaña nació en Orizaba, Veracruz, México, el 9 de febrero de 1944, con infancia de niño limpio y bien alimentado. Poseedor de una inteligencia como de centella, desesperaba o metía en confusiones a quien lo trataba. Un primo suyo cuenta que, en su infancia, en una ocasión, Parménides se extravió en un día de campo: ¿Y Parme? ¿No han visto a Parme? ¿Dónde andará Parme? Llena de mortificación la familia se disparó en su búsqueda. ¿Qué había hecho? Cuando de repente una tía suya apareció con los ojos desorbitados, jalando muy fuerte de una mano al niño y vociferando: “¡Válgame Dios! ¡Mira este chamaco” estaba debajo de una perrita que acababa de parir, chupándole la leche. ¿Pues qué Rómulo y Remo?

Parménides creció en la Colonia Narvarte, una colonia que, según él, era en realidad una colonia medianía, Nopatitlán o Nacolandia. “A final de cuentas -decía- este es un pueblote”.

Hijo de familia clase media, protectora del buen juicio y la moral, Parménides García Saldaña resultaba dentro de ella como un contraste absurdo, una exageración o una ráfaga de pesadilla. Para Ricardo Greene, la familia de Parménides le hizo mucho daño al poeta. Los padres nunca aceptaron que su hijo fuese escritor. Para el papá, un señor adinerado de ideas rojas, Parménides tenía que estudiar, ser algo: contador, abogado, médico, etc., cosa con la que el escritor de Pasto Verde nunca estuvo de acuerdo.

Estudiante de economía y posteriormente de letras inglesas en Louisiana, Estados Unidos, García Saldaña hablaba inglés a la manera de Arthur Miller o de un habitante del Bronx.

Según algunos de sus amigos, Parménides García Saldaña empezó a escribir, en forma, en la adolescencia y a nivel profesional cuando regresó de Estados Unidos y, seducido por los aires de revolución marxista que le pegaron duro a muchos jóvenes de clase media a principios de los años sesenta, se propuso estudiar economía.

Poco después conoció a Emmanuel Carballo quien, cuando leyó los cuentos que escribía, lo alentó y, según el mismo Parménides, le borró de la cabeza el nefasto tono realista-socialista que tenían algunos de los textos.

Hechizado por la música rock, siempre andaba metido en hoyos funkies y aletargado con cubas libres y aguardiente. Parménides era muy dado a los bares, a la música; si podía bailar, bailaba. Aquella era una vida de locura constante y eterna. Todo el día, toda la semana a toda su intensidad. Pasó por rockanroles pesados. Para Alex Lora, el creador de El Tri, el cuate que más influyo en sus inicios fue Parménides García Saldaña.

Cuando su padre lo corrió de su casa, Parménides se fue a vivir a casa de su amigo, el ya desaparecido Gustavo Greene, nativo de la Colonia Narvarte, en donde García Saldaña, además de feliz, se sintió hombre libre. Con los ojos relucientes como el brillante mar, tomaba notas alocadamente con un lápiz sobre todo lo que ocurría en aquel lugar plagado de bohemios que congregaba buena parte de los atributos de cada personaje que conformaba su novela Pasto Verde (1968) , en la que plasma su visión psicodélica del mundo. Vivió meses en la casa de los Greene. Se dormía a las dos de las mañana, se despertaba a las seis; se metía café y cigarros, escribía; luego, ya en la noche, iba a los antros y se metía alcoholes en el estómago. Pasto Verde novela en la que Parménides nos presenta la vida desde el ángulo de la marihuana y la psicodelia, es un texto delirante en el que aparece un personaje caótico y discordante, cuya inclinación fundamental es beber, escuchar música, viajar tanto literal como bajo la influencia de la marihuana (de alguna manera, aquí entra un poco la influencia de Jack Kerouack ) y a inquietarse ante la presencia de chicas lindas. Después de Pasto Verde, Parménides tuvo varias caídas en la cárcel y en manicomios.

Parménides era aficionado a los hoyos (funkies) y a rocanrolear. Y a pesar de que en esos tiempos abundaban los pleitos entre colonias, nunca perteneció a ninguna pandilla. Aunque la entendía a las mil maravillas, a él no le interesaba involucrarse en ese tipo vida agitada.

Según Ricardo Greene, Parménides era un chico poco apreciado por su familia, parentela a la que él tampoco amaba. Pero Greene reflexiona también: “Tal vez Parménides, aunque quería a sus libros y a sus amigos, no se quería ni a sí mismo.”

El Rey Criollo[8], se compone de once narraciones muy bien construidas;, los personajes pertenecen a la clase media mexicana. Todo El Rey Criollo se halla lleno de epígrafes de canciones de amor de los Rolling Stones que el mismo Parménides tradujo y que anteceden a cada relato. La mayor parte está escrita en tercera persona, con lenguaje coloquial y heterogéneos puntos de vista y copiosa dialogación. Las historias se narran en tiempo lineal, salvo algunos flashbacks. El apetito genésico, el “flirteo”, el hastío a lo convencional, ilustran a la narrativa de El Rey Criollo. Encontramos (como sucede también con otros escritores de la onda) el empleo de palabras que son distintas, pero que el autor transcribe como si fueran una sola, es decir, sin dejar espacio entre palabra y palabra que pueden formar un enunciado o una idea.[9]

Tal parece que Parménides se la pasó todo el tiempo disgustado con su familia; ellos hablando de frivolidadades y regañándolo: “Eres un pendejo… Piensa por qué lo eres y procura no serlo. No ves, yo sí tengo trabajo en el despacho tal.” Para Ricardo Greene, Parménides nunca podría haber imitado a sus hermanos: pues eran verdaderamente opuestos.

Cuando el Banco Nacional Cinematográfico lanzó la convocatoria para un concurso cinematográfico, el primer premio lo obtuvieron Carlos Fuentes y Juan Ibáñez (Los caifanes); el segundo, Mario Martini y Salvador Peniche (Ciudad y mundo); y el tercero, Juan Tovar, Ricardo Vinós y Parménides García Saldaña (Pueblo fantasma).

Ricardo Greene recuerda que en una fiesta, de señores ricachones vestidos de frac, Parménides llegó y todo el tiempo se la pasó hablando como el Pato Lucas. Empezaba a hablar con una persona, pero en cuanto Parménides se daba cuenta que la persona ya estaba actuando, se soltaba tocando un violín o emulando a un pato: “Sí, sí: cua, cua, cua…”. Lo que a los otros les causaba tensión. La anfitriona de la fiesta, una señora muy muy rica, sentía una gran admiración por Parménides, lo veía como un muchacho muy talentoso. Como ave entristecida, Parménides repudiaba la fatuidad de la sociedad estereotipada en la que le había tocado vivir y contra la cual de manera airada y pantagruélica se revelaba. Se sabe que en una de esas fiesta de bodas, llena de frases encumbradas, Parménides se encontraba viendo transcurrir las horas como en un mapamundi inacabable, cuando de repente, así como quien suelta un pistoletazo, se trepó a la mesa en la que estaba el pastel de bodas, se bajó el cierre de la bragueta y comenzó a orinar encima del pastel.

A Parménides lo atropella un camión y la vida lo postra en una silla de ruedas por seis meses. Llegó también a tener una apariencia de pepenador e incluso tuvo que vivir en la calle; pero tenía una gran claridad mental y lucidez. No obstante, debido a las actitudes nefastas que adoptaba, sus amigos no querían saber nada de él. Era pesado, era intenso y la gente lo sacaba de quicio. Los comentarios de las personas eran: “Vi al Parme, pero en cuanto lo vi me pinté.” Según Greene la misma Elena Poniatowska, a la cual Parménides en El Rey Criollo llama “mi hada madrina”, acabó corriéndolo; y con toda razón, ya que Parménides llegaba a su casa a visitarla a las tres de la mañana, después de haber andado en bares, antros, hoyos funkies, callejones y de fumar, comer o absorber drogas. Pero eso no sólo se lo hizo a la Poniatowska sino a todos sus amigos que, hartos, le gritaban que ya no les fuera a dar lata, en tanto que él se quejaba de que nadie lo entendía.

Parménides García Saldaña escribe un manifiesto de este movimiento —En la ruta de la onda, 1972—, en el que, sin mayor esfuerzo, pueden espulgarse los elementos definitorios de la dichosa onda: juventud, rock, alcohol, drogas, uso del inglés y del caló, rebeldía, acelere suicida.

A pesar de ser simpático, inteligente y atractivo, era casi imposible que Parménides hubiese sido novio de alguien; el desconcierto en el que mantenía a sus semejantes solamente le brindaba amores efímeros, distantes o arrabaleros, aunque José Agustín decía que Parménides tenía la costumbre de enamorarse de las mujeres de sus amigos. En los setentas, Parménides se sintió feliz de encontrar niñas, como él les llamaba floreras (vestidas con flores), de esas que predican amor y paz. Pero en realidad las encontraba bastante elementales. Ricardo Green cuenta: “Yo iba en la Prepa seis, y recuerdo que una vez Parménides me dijo: ‘Ricardo, en tu Prepa hay un a chava que me fascina’; y yo le pregunté: ‘¿Quién?’ A lo que él contestó: Pues no sé quién sea, pero venía leyendo The black book, de Lawrence Durrell Y además, la leía en inglés. Preséntamela.’ Luego ya me acordé quién era. Y era una niña bien interesante, pero Parménides se enamoró de ella nada más de verla. No creo le hubiese interesado una mujer convencional. Tal vez le habría buscado una mujer intelectual.” El quería una mujer que pudiera entender sus locuras y que las quisiera al mismo tiempo. Pero esa mujer no existía. Buscaba gente genuina, porque él era genuino. Aunque se metiera en problemas.

Huelga decir que, además de Pasto Verde, la obra de García Saldaña la conforman El rey criollo (cuentos, 1970), En la ruta de la onda (ensayo 1972) y Mediodía (poemas 1975), además de haber sido premiado por el Banco Cinematográfico, por la confección del guión para el filme Pueblo fantasma, en el cual trabajó al lado de Juan Tovar.

Algunos dicen que de pulmonía, otros que de un pasón, el caso es que Parménides García Saldaña, el 19 de septiembre de 1982, a los 38 años de edad, murió solo y anémico, en un cuarto de azotea de Polanco y a los diez días de haberse muerto lo encontraron. Y ha resultado ser uno de los locos más lúcidos que hayan existido en nuestros tiempos. Hasta hace algunos años, los García Saldaña no querían tocar el tema de Parménides.

1 comentario:

  1. Que Buen Blog FELICIDADES

    Notable que se destaque el trabajo de Jose Agustín y Parménides Garcia, tan (Según me ha tocado departir con gente que según esto “le Sabe”) mal queridos y malinchistamente ninguneados….siendo que para Mi son VALIOSISIMOS los trabajos de ambos…..Recomendare ampliamente su blog…visiten el mío y si es de su agrado seria bueno que hicieran lo propio.
    Saludos cordiales, Vieyraleo
    http://esossonlosimprescindibles.blogspot.com/

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